La idea del restaurante es transportar a los comensales a nuestras raíces gastronómicas panameñas en un recorrido por todas las provincias, el concepto es novedoso y está muy bien ambientado. La decoración te hace recordar “la casa de la abuela” con sus detalles en el baño de damas, las mesitas con manteles plásticos como en una auténtica Fonda y el “Diablo Rojo” en medio del local es una idea fantástica. El personal muy atento, y a pesar de que estaba lleno nos atendieron de forma rápida y todo llegó tal cual lo pedimos. La dueña del lugar te recibe con una sonrisa delante de un carrito que contiene “totumitas” con una bebida de café y seco herrerano como cortesía. En cuanto a la comida ofrecen bandejas para compartir con frituras, bollos, chorizo, ceviche, chicharrones de los que lo que más se destacó fueron los chicharrones bien crujientes, el resto no fue nada memorable. También pedimos los chicharrones marinados en tamarindo que estaban muy ricos y diferentes. Pedimos un plato que traía arroz con pollo, tamal, plátano y ensalada de fonda. La verdad es que el plato parecía una degustación, muy pequeñas las porciones y nada especial. De tomar, una jarra de saril con herrerano y gengibre que estuvo rica. Creo que el concepto es muy bueno pero tienen que ponerle más cariño y sazón a la comida si realmente quieren destacarse , la comida panameña bien hecha te da gana de volver así que a ponerle ganas.
